Té para tres

"Preparamos el desayuno"

La Mariana no se levanta cuando la Eleonor y el Flaco entran por la puerta de la pieza. El flaco lleva una bandeja llena de panes tostados con margarina vegetal porque la vida de vegetarianos y de veganos es específica, pero común. Son tres tazas con tecitos sin hilos, azucarados a gusto los que acompañan esa mañana, con dos caños bien enrolados para elevar el día desde la diez de la mañana. 

El ambiente es blanco, nublado, el sol tenue escondido entre extensas masas, el aire suave, limpio por culpa de las lluvias capitalinas que inundan la ciudad. La lluvia es un evoque a los lugares de donde provienen, independiente de que lo extrañen o no. La Mari se lleva uno de los pitos a la boca y la Elo otro, los prenden al mismo tiempo y el humo de la hierba les quema la garganta tan fuerte que tosen como tontas, y se tienen que tomar un trago de tecito negro para aplacar los efectos de su drogadicción. 

Viven en una casona vieja en República, que les cuesta doscientas cincuenta lucas dividido entre los tres y sus dos gatos. La Negra, la gata que la Mariana se la trajo de Valpo, escurridiza, relajada y floja, y el Pelao. La historia del Pelao es curiosa. Llegó el primer mes que se mudaron ahí, sin permiso de nadie; se metió por la ventana de la cocina y fue bautizado por la falta de pelo en su espalda, que los tres asociaron a agua hirviendo de algún humano cruel. El Pelao es arisco y gruñon, le falta un pedazo de oreja y tiene un ojo más chico que el otro porque tiene un rasguño, es grande e (irónicamente) peludo, sus marcas de batalla lo hacen ver el doble de amenazante de lo que y es generalmente pasa de todos los habitantes de la casona, eligiendo azarosamente la pieza en la cual desea dormir por día (principalmente aquella donde no esté durmiendo la Negra, porque se odian, aunque se aman). 

La casona está llena de murales, pintado por ellos o por cualquier persona que se las diese de artista porque en esta juventud postmoderna donde todos pueden ser lo que sea, todos son artista. Todo era bienvenido, o rayar, o dejar un parche, o dejar un sticker cualquiera, afiches de tocatas, de eventos, carteles de feminismo, antiespecismo, anarquismo incluso, aunque ninguno ahí fuese reconocidamente anarquista. Era su hogar casi como un viviente cliché. Tenían el refrigerador lleno de regalos baratos de los tres años que llevaban mochileando.

Comen como muertos de hambre y se recuestan en el enorme colchón con los ojos rojos e hinchados, con la Pascuala Ilabaca de fondo, porque a la Eleonor le encanta y ella siempre es la que pone música, tiene un oído único y una voz maravillosa, pero aún así terminó estudiando Artes. El Flaco estudia Filosofía y la Mariana estudia Literatura Hispánica. Ninguno se ha vestido, ninguno se ha bañado. Es sábado, tienen todo el día libre para no hacer nada, actividad en la cuál tienen especialidad. A pesar de que vivir a los veinte en Santiago es el paso para que todo pueda suceder, la rutina no es algo que le sea ajeno a ninguna ser, ni siquiera al ser humano, que siempre se jacta de sus capacidades. Incluso en el descontrol, parecen ser rutinarios. Los dos pitos se terminaron hace ya varios minutos y se hacen un tabaco del "tarro de tabaco" de la Mariana para elevarlo. 

Hacen competencias a ver quien enrola el tabaco más bonito, el que gana enrola el próximo pito, porque no tienen plata para nada, pero si tienen marihuana y botellas de cerveza apiladas debajo de la cocina, y muchas boletas en uno de los cajones de la casa. Objetos sin valor, objetos que dan lo mismo al final porque de todas formas siempre se les olvida llevarlos a la botillería y terminan macheteando afuera de la u o fiándole a la tía del negocio. Cada uno se gana el dinero como puede y gasta el tiempo como necesita. La Elo vende ropa, la Mariana hamburguesas de Soja y el Flaco le hace la competencia con su sushi vegano. A veces, cuando al Flaco le va mejor en el día que a la Mari, ella le dice que le va a quemar el carro con una molotov si es que no se calla, porque la tiene chata. 

"Congelé"  dice el Flaco de repente. 

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